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viernes, 26 de septiembre de 2014

Juan de Mena.

 
Juan de Mena, a partir de un grabado de la edición de Zaragoza (Jorge Coci, 1509) del Laberinto de Fortuna.
Juan de Mena (Córdoba, 1411 - Torrelaguna (Madrid), 1456), poeta español perteneciente a la escuela alegórico-dantesca del prerrenacimiento español y conocido sobre todo por su obra Laberinto de Fortuna.
Tumba del poeta Juan de Mena junto al Cristo de Cisneros - Villa de Torrelaguna (Madrid) - Iglesia de Santa María Magdalena
Tumba del poeta Juan de Mena en la Villa de Torrelaguna (Madrid) - Iglesia de Santa María Magdalena
Placa homenaje al poeta Juan de Mena - Villa de Torrelaguna (Madrid) - Iglesia de Santa María Magdalena

 

La ausencia de documentación sobre sus padres hace sospechar que tuviera origen judeoconverso. Parece ser que fue nieto del señor de Almenara Ruy Fernández de Peñalosa e hijo de Pedrarias, regidor o jurado de Córdoba, y quedó huérfano muy pronto. Tras iniciar estudios en su ciudad natal, los continuó en la Universidad de Salamanca (1456), donde obtuvo el grado de maestro en Artes. Allí entró en contacto con el cardenal Torquemada, en cuyo séquito viajó a Florencia en 1443 y después a Roma. En 1444, de regreso a Castilla, entró al servicio de Juan II como secretario de cartas latinas, cargo que compatibilizó con su oficio de veinticuatro (regidor) de la ciudad de Córdoba. Un año más tarde el monarca le nombró cronista oficial del reino, aunque su paternidad sobre la Crónica de Juan II ha sido cuestionada.
Alonso de Cartagena lo describe como pálido y enfermizo, consagrado al estudio y gran trabajador, obsesionado con la poesía:
Traes magrescidas las carnes por las grandes vigilias tras el libro, el rostro pálido, gastado del estudio, mas no roto y cosido de encuentros de lanza.
Y Juan de Lucena pone en boca del poeta la gran afición u obsesión que este encontraba en su oficio:
Muchas veces me juró por su fe que de tanta delectación componiendo algunas vegadas detenido goza, que, olvidados todos aferes, trascordando el yantar y aun la cena, se piensa estar en la gloria.
Mantuvo una gran amistad con el condestable don Álvaro de Luna, cuyo Libro de las claras y virtuosa prologó, y también con Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, con quien compartía gustos literarios. Parece mal asentada con firmeza la hipótesis de que Juan de Mena trabajó en la biblioteca del marqués, restigio literario le valió pronto una fama inmensa y en el siglo XVI el Laberinto fue comentado y glosado como un clásico por el humanista Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense. Así, Juan de Valdés, en su Diálogo de la Lengua, afirma: "Pero, porque digamos de todo, digo que, de los que han escrito en metro, dan todos comúnmente la palma a Juan de Mena", si bien le reprocha de forma purista su lenguaje poco castizo:
Puso ciertos vocablos, unos que por grosseros se debrían desechar y otros que por muy latinos no se dexan entender de todos, como son rostro jocundo, fondón del polo segundo, cinge toda la sfera, que todo esto pone en una copla, lo qual a mi ver es más scrivir mal latín que buen castellano.
Murió en Torrelaguna, según dicen unos de dolor de costado y, según Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Batallas y quincuagenas, a resultas de haber caído y ser arrastrado por una mula. Del suntuoso sepulcro que le mandó construir el Marqués de Santillana no queda nada, aunque Antonio Ponz cuenta en su Viaje de España (1781) que en las gradas del presbiterio de Torrelaguna halló una piedra con esta inscripción en letra gótica:
Patria feliz, dicha buena, / escondrijo de la muerte / aquí le cupo por suerte / el poeta Juan de Mena.

Obra poética.

El Juan de Mena más asequible se encuentra en la lírica cancioneril de tema amoroso que cultivó, compuesta de canciones, decires, preguntas y respuestas, juegos de presencia y ausencia y galanteos. Es poesía ligera y llena de gracia, aunque en ocasiones resulte desapasionada e intelectualizada en exceso:
Vuestros ojos, que miraron
con tan discreto mirar
firieron y no dejaron
en mí nada por matar.
Donde yago en esta cama
la mayor pena de mí
es pensar cuando partí
de los brazos de mi dama.
Se conserva un gran número de estos poemas en los principales cancioneros cuatrocentistas, así como en el 'Cancionero general de Hernando del Castillo publicado en 1511.
Sin embargo su estilo posterior se obsesiona con el simbolismo y la erudición. En el Claroscuro, compuesto en estrofas de arte mayor y menor, se mezcla el conceptismo y la intensidad de la lírica cancioneril más sutil con la oscuridad más enigmática, con lo que se adelantó en siglo y medio a su coterráneo Luis de Góngora.
La Coronación del marqués de Santillana o los Calamicleos (1438, publicada en 1499) fue un poema muy famoso y divulgado en su época, habida cuenta de los manuscritos que se han conservado de él. Es un conjunto de 51 dobles quintillas que desarrollan alegóricamente un argumento en el que Mena es arrebatado al monte Parnaso para contemplar la coronación de su amigo y mecenas Íñigo López de Mendoza como excelso poeta y perfecto caballero. De este poema dijo Marcelino Menéndez Pelayo que es " un sermón romado..., seco, realista, inameno, adusto, pero muy castellano". Lo hacen oscuro las descabelladas alusiones a todo lo divino y lo humano y las rimbombancias, hasta el punto que el propio poeta tuvo que añadir un comentario en prosa "literal, alegórico y anagógico" a un poema que, según él mismo, corresponde al género "cómico y satírico".
El Laberinto de Fortuna, o Las trezientas, poema dedicado al rey Juan II, es su obra maestra. Constó primitivamente de 297 coplas de arte mayor. Se cree que el monarca deseó que fueran tantas como el número de días del año y Juan de Mena, para complacerle, compuso 24 más, sin llegar al fin prometido por haber fallecido; pero el hispanista Raymond Foulché-Delbosc, editor decimonónico del poema, piensa que esas 24, que aparecen en algunas ediciones, que se sumaron a las tres que dicen faltaban a las 300 del manuscrito, constituyen un poema fragmentario independiente posterior que juzga severamente el capricho del monarca compuesto por otro ingenio; un cortesano como Juan de Mena jamás hubiera criticado la decisión de su rey.
El Laberinto es un poema alegórico que se inspira en el Paraíso de Dante Alighieri; su verdadero valor no está en el simbolismo, sino en los episodios históricos vigorosamente descritos, donde se muestra un genuino patriotismo reflexivo y una visión de la unidad nacional encarnado en el rey Juan II, que asume el destino providencial de Castilla. El argumento es sencillo: Juan de Mena es arrebatado en el carro de Belona, la diosa guerrera, tirado por dragones y es conducido al palacio de Fortuna. La Providencia, que acude a recibirlo en una nube muy grande y oscura, le muestra la máquina del mundo, formada por "muy grandes tres ruedas", dos inmóviles (la del pasado y la del futuro, que aparece velada) y una en perpetuo y vertiginoso girar, el presente. En cada rueda hay siete círculos: el de Diana, morada de los castos; el de de Mercurio, de los malvados; el de Venus, lugar donde se castiga el pecado sensual; el de Febo, retiro de los filósofos, oradores, historiadores y poetas; el de Marte, panteón de los héroes muertos por la nación; el de Júpiter, sede de los reyes y príncipes y el de Saturno, solio que ocupa únicamente Álvaro de Luna, privado del rey. El ritmo de cuatro acentos del verso de arte mayor es poco flexible y monótono, aunque solemne; el estilo muy elaborado, lleno de hipérbaton, cultismos, italianismos, retórica, símbolos y alusiones históricas y mitológicas, pero la verdadera inspiración está presente y las dotes del verdadero poeta relucen pese a todo. Junto a la influencia del Dante, se percibe la de Lucano y la de Virgilio.
Las Coplas contra los siete pecados capitales es la última obra que llegó a componer, y quedó inacabada. Se inspira en los debates medievales sobre ese mismo tema y más remotamente en la Psicomaquia de Prudencio. Gómez Manrique las concluyó y Pero Guillén de Segovia y fray Jerónimo de Olivares añadieron además las disputas de la Gula, la Envidia y la Pereza.

Obra en prosa.

Escribió en prosa el Comentario a la Coronación (1438), glosa de su propio poema en honor al marqués de Santillana. Su Homero romanceado (1442), compendio breve de la Ilíada, es una traducción de la versión latina, que toma como fuentes las Periochae de Ausonio y del segundo Píndaro Febano.

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